
Mi oración en el metro es tratar de imaginar cómo será la vida de las personas que van sentadas en frente mío. La señora que viene de impiar en una casa con las manos desgastadas, dando cabezadas sobre el chaval heavy con la música a todo trapo, que tiene cara de haber discutido con sus padres, mientras no deja de mirar a la chica que va a mi lado, que lleva una ropa adecuada para resaltar sus encantos y que no para de jugar con su móvil. Trato de pensar en sus ilusiones, sus sueños, sus esfuerzos y frustraciones. De cómo Dios hace en sus vidas, cómo se encarna en nosotros, nos acompaña, se alegra y llora.
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