jueves, noviembre 19, 2009

Otra palabra a recuperar

Los que hayáis leido otras veces este blog sabréis de mi afición por recuperar palabras, por tratar de sacar a luz significados de ellas que con el mal uso quedan olvidados.
De lo que quiero hablar es de un tema que últimamente ha salido mucho en mi contexto: en conversaciones con dos amigas (una antigua y otra nueva), en mi oración, incluso en las clases. Y gira en torno a una realidad de nuestro tiempo que me preocupa. Y es que cada vez estamos menos dispuestos a renunciar. Hoy el que me apetezca algo me autoriza para conseguirlo ya. A nadie le parece normal pensar que haya que esforzarse para conseguir lo que uno desea, y mucho menos, renunciar a ello.
La palabra a la que me refería me cuesta sacarla porque suena mal, y quizá si la hubiese puesto al principio más de uno hubiera preferido no seguir leyendo. Bueno, allá voy, prepárense: me refiero al sacrificio. Yo mismo me sorprendí al descubrir la etimología tan bonita que tiene. Es sencillo deducirlo: si purificar es hacer puro o mitificar es hacer algo un mito, sacrificar es hacer algo santo. ¿No es sorprendente? Sí, porque hoy sacrificar suena a rancio, a renuncia porque me obligan o porque alguien dice que es malo. Pues sacrificar algo es (o debería serlo) hacerlo santo. Y vaya por dios (valga la redundancia) ya está aquí Dios por medio. Porque el adjetivo santo indica que eso está consagrado a Dios.
Y cuidado porque hay muchos dioses. No me refiero a ese sádico al que Amenabar o a veces también algunos representantes eclesiales se refieren. A esos mejor no sacrificarles nada. Pero al Dios de la vida, a ese cuya mayor cualidad es el amor y que quiere lo mejor para ti y para mí, a ese si que me apunto a ofrecerle cosas para que las haga santas.
El ser capaz de renunciar a algo es signo de madurez, el que tiene que tenerlo todo ya es un niño aunque tenga muchos años. Y si la renuncia es por un valor mayor rápidamente el sacrificio se carga de sentido. Si una madre sacrifica su tiempo por sus hijos, o el estudiante sacrifica su diversión por formarse o el niño su apetito goloso por su hermano menor, se hacen más humanos, más plenos.
La pena es cuando nos quedamos en la renuncia y olvidamos su sentido. Entonces nos hacemos huraños, envidiosos y amargados. Tenemos que apuntar más alto para llenar de vida y de Dios nuestras vidas y nuestras renuncias. Pero cuidado porque no es fácil.

1 comentario:

Maca dijo...

que difícil es a veces renunciar a algo que lo has hecho tan tuyo que al sacarlo de dentro cuesta, pero como tú dices, ese sacrificio forma parte de la madurez, y hay que llevarlo a cabo si queremos seguir creciendo.
Gracias.
"ahora me esforzaré un poquito más por sacrificar para reconfortar"