Una reflexión para la semana santa de un compañero jesuita:
Semana santa:
¿Podemos descansar y al mismo tiempo recordar?
José A. García, sj
Dicen que no hay que vivir de recuerdos pero más verdadero es que sin recuerdos no se puede vivir. Es cierto que hay recuerdos que atan al pasado, que bloquean toda novedad, toda alegría, todo futuro; pero los hay también que dinamizan nuestro presente, que introducen en él acontecimientos y rostros de un pasado que nos llena de energía y ganas de vivir, de un dinamismo nuevo y benefactor. No olvidemos que recordar (re-cordis) significa literalmente pasar de nuevo algo o alguien por el corazón. Algo o alguien que no le deja como estaba, que le mueve.
Pues bien, cercanos ya a
la Semana santa, nos preguntamos si es posible o no vivir unidos
descanso y recuerdo, vacación y memoria, disfrute y atención… ¿Atención a qué? A los recuerdos que nos traen estos días. Nuestra respuesta es que sí, lo que planteamos en estas líneas es una propuesta para lograrlo.
¿Qué “recuerdos”?
Lo sabemos desde pequeños pero tal vez nos convenga formularlo nuevamente. He aquí un intento:
1º. El primer recuerdo que nos trae la Semana santa es que Jesús fue “un hombre con una misión”: el Hombre que venía de Dios, el Hijo, con una buena noticia para la humanidad, para nosotros, para mí… Sin ese primer recuerdo no hay Semana santa. Cierto que esta semana se llena de imágenes de la pasión de nuestro Señor, y así ha de ser. Pero si nos preguntamos por qué Jesús terminó en la cruz, la respuesta es clara. Terminó así como consecuencia de lo que fue, de lo que hizo y dijo; por la pretensión que tuvo no sólo de anunciar y anunciarse como alguien que venía de Dios, sino también como instaurador en nombre suyo de un
nuevo orden de cosas en el mundo.
“Os traigo una buena noticia, decía Jesús a la gente. Dios quiere reinar en vosotros, quiere estar presente en vuestras vidas, alentarlas, consolarlas, dirigirlas. Dios ama la vida, os ama, no está a la puerta como enemigo. Volveos a él, cambiad, sed hermanos unos para otros, hijos todos del mismo padre. Dichosos vosotros si lo hacéis, ay de vosotros si lo impedís…”
Los poderosos de aquel tiempo se dieron cuenta muy pronto de que la vida y el mensaje humano-religioso de Jesús suponía una amenaza para el statu quo imperante que no estaban dispuestos a cambiar. Más todavía porque Jesús se atrevía a vincular su mensaje y a sí mismo con Dios… “Mi Padre y yo somos una misma cosa”
Este primer recuerdo es capital en
la Semana santa porque sin él nos se entienden los dos siguientes. Pero, ¿por qué y para qué re-cordarlo, traerlo de nuevo a nuestra mente y corazón? ¿Es compatible, por otra parte, un recuerdo así con he hecho de estar de vacaciones?
Sí merece la pena recordarlo, sí es compatible con estar de vacación. Porque veamos:
· ¿qué impide que en esta semana santa, al tiempo que descansamos y lo pasamos bien, se llene nuestro corazón de agradecimiento al re-cordar que “tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo…”? (Jn 3,16)
· ¿qué impide que podamos asistir el Jueves santo al recuerdo de la última Cena y primera Eucaristía, sintiendo y gustando de nuevo que Jesús “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”? (Jn 13,1)
· Ninguna circunstancia externa podría impedirlo, sólo nosotros, nuestra falta tal vez de agradecimiento y amor…
2º. La Semana santa nos trae un segundo recuerdo, trágico y santo a la vez: los poderes de este mundo dicen “No” a Jesús y su Proyecto. El resultado de ese no es su condena a muerte en cruz… Las calles de nuestros pueblos y ciudades se llenan de ese “no” en forma de procesiones, de Cristos crucificados, de Dolorosas… Con el paso del tiempo nos hemos vuelto más cautos al juzgar esta fe popular desde nuestra fe más “ilustrada”. ¿Mucho que purificar? Claro. ¿Mucho que contemplar y admirar? También
Pero recordar al Crucificado, traerlo de nuevo a nuestra memoria y corazón, no tiene por qué inducir en nosotros un clima de tristeza, sino de agradecimiento y de mayor amor. ¿No sucede lo mismo cuando recordamos lo que nuestros padres hicieron por nosotros, los “trabajos” que les costamos?
Este segundo recuerdo
la Semana Santa es bueno, nos hace más agradecidos, mejores. Nos vuelve más dispuestos a aceptar por nuestra parte los “trabajos” que nuestra misión actual de padres, profesores, estudiantes… lleva inevitablemente consigo. Hace que Cristo sea un Tú más cercano, más amado, más deseado también.
¿Y por qué no había de ser compatible este segundo recuerdo con el hecho de estar de vacaciones? ¿Qué impide que esos días de descanso se llenen de recuerdos santos, del recuerdo del Crucificado? Ninguna circunstancia externa podría impedirlo, sólo nosotros, nuestra falta tal vez de agradecimiento y amor…
3º El tercer recuerdo de la Semana santa es éste: Dios dice “Sí” a Jesús, le da la razón quitándosela a quienes le crucificaron. Ese sí de Dios a la persona y el proyecto de Jesús no es una simple palabra, es una acción de Dios sobre el Crucificado, es un sí que lo resucita. Normalmente vinculamos más esta semana santa al Jueves y Viernes santo que al Domingo de resurrección. Y sin embargo… Sobre
la Cruz de Jesús en el viernes santo pende una terrible interrogación: ¿tiene futuro el Crucificado, sí o no? ¿Lo tienen todos sus hermanos y hermanas llevados injustamente a la muerte? ¿Lo tienen las vidas entregadas? ¿Lo tenemos nosotros? Jesús ha llevado la vida hasta unos límites de entrega, de amor, de defensa de los pobres, enfermos y pecadores imposibles de superar. Bien, así fue, ¿pero ahora, qué?
La resurrección de Jesús es el sí de Dios a su vida, a Él y su proyecto, a su modo de llevarlo a término. La última palabra sobre la vida no la tienen los verdugos (la muerte es de todas formas un verdugo universal) sino Dios y la dice a favor de los crucificados, de quienes vivieron dando vida a los demás aun a costa de su propia vida. Eso es lo que recordamos en este día como sucedido a Jesús y como promesa para quienes lo siguen.
Es posible estar de vacaciones y recordar este acontecimiento. Y alegrarnos por Jesús y por el futuro de Dios para la humanidad. Para las personas que quiero a cuya muerte total no podría acostumbrarme nunca. Para los pobres y desechados de este mundo cuya vida no-vivida Dios restaurará. Para mí… Es posible estar de vacaciones y recordar. Ninguna circunstancia externa podría impedirlo, sólo nosotros, nuestra falta tal vez de agradecimiento y amor…
La belleza, umbral del acceso a Dios
“¿Fue usted, príncipe, quien dijo una vez que el mundo se salvaría por la belleza? ¡Señores! El príncipe sostiene que el mundo se salvará por la belleza […] Pero, ¿qué belleza es ésa que salvará al mundo”?
Es la pregunta que dirige Hippolit, el joven ateo y nihilista de la novela El Idiota, a Miskin, el príncipe idiota. El lector espera ansioso una respuesta pero esa respuesta no existe; el diálogo sigue por otros derroteros. Con todo, se sabe que en ésta y otras novelas suyas Dostoiewski está aludiendo a la belleza de Jesucristo.
Nada ha existido en este mundo tan Bello, Verdadero y Bueno como Jesucristo. En el Crucificado resplandece como en ningún otro lugar esa Belleza, la que irradia una vida entregada… Porque bellezas existen muchas pero no todas irrumpen del mismo modo en nosotros. Algunas no hacen más que encandilar nuestro instinto de posesión, nuestro principio placer. Otras, sin embargo, trasparentan una Presencia real que nos atrae hacia sí despertando en nosotros el anhelo de trascendencia. La belleza de Jesucristo es de estas segundas. Irradia verdadera humanidad, revela lo mejor de nosotros mismos, tira de nosotros hacia sí...
¿Qué sucedería si un día se nos apareciera ese Jesucristo, así contemplado, así re-cordado? ¿No se convertiría, tal vez, en el nuevo objeto de nuestro deseo, en el Modelo humano-divino hacia el cual trascendernos? Convertirse es ser atraído, escribió el Prior de los cistercienses asesinados en Argelia, cuya película ha conmoviendo a tantos en estos últimos meses.
Vamos a intentarlo
Como cristianos somos, así pues, una “comunidad de memoria”. Las comunidades de memoria viven de un acontecimiento fundante que las mantiene cohesionadas y activas a través de la historia, abriéndolas simultáneamente hacia el futuro. Para nosotros ese acontecimiento fundante es Jesús: su vida, muerte y resurrección. Recordarlo y narrarlo es vital para nosotros. Sentir y gustar que nuestra identidad personal ni quiere ni puede definirse sin referencia a esa memoria, puede ser una realidad dichosa que llene nuestro corazón de Paz, Misión y Espíritu, los tres dones que el Resucitado regala a su primera comunidad de discípulos…
Concluimos ya. Tenemos derecho a descansar después de este largo trimestre. Claro que sí, lo tenemos. Podemos juntar descanso, recuerdo y celebración durante esta Semana Santa. Claro que podemos.
¿Por qué, entonces, no intentarlo? ¡Necesitamos tanto de una Belleza salvadora que nos ayude a perforar hacia adelante y hacia abajo nuestros pequeños y repetitivos circuitos cotidianos…!